31/10/07

Sus ojos oscilaban y su mandíbula crujía y yo, reía. Reía por lo bajo, pero me reía, como cuando todo el mundo está mirando hacia todas partes buscando quien provocó esa inundación en el instituto atascando el váter del lavabo femenino.

Sus ojos oscilaban, su mandíbula crujía, yo me reía, y apareció un capullo que no tenía por qué estar allí, que no tenía que convertir el día del cumpleaños de su hijo en el último día de su puta vida. Y encima, sin posibilidad de despedirse. Ni siquiera un adiós. Ni au revoir. Ni bye, bye. Arrivederci. Auf wiedersehen. Nada de nada. Y apareció ese capullo, y tuvo que tocar al tipo desplomado de la mandíbula crujiente y ojos oscilantes, y yo tuve que abrir las puertas de par en par de una patada y decir: "Eh, joder, todo el mundo quieto, manos arriba, aquí mando yo, malditoshijosdeputa" y fue decirlo y que todo el mundo se callase, y nadie dijo nada, y eso es lo último que un hijo recuerda de su padre, y qué esperábais que hiciera.

No me iba a estar quieto, ni a renunciar, ni a consentir como me manosean y luego, luego nada. Luego enfermero. Un tipo de bata blanca y ya he logrado lo que quería, y las puertas abiertas. De una patada. De una puta patada. Su mandíbula cruje y yo me río. Me río por lo bajo, y en voz alta, me parto el puto culo.

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