3/12/07

Dios santo, qué montón de mierda le chorreaba del culo. Imagináoslo. Un mequetrefe grasiento, fofo y comatoso, corriendo medio grogui por el hospital, con el uniforme de enfermero. Menuda pinta debía tener. Ese tío importante, ese tío forrado de pasta, ese cabrón ridículo y presuntuoso, con los ojos en blanco y uniforme azul.

Y no sé cómo, pero logré sacarlo de allí. Logré que se arrastrara hacia la salida. Me costó lo suyo. Para cuando logré entrar en el garaje, y subirlo en el coche del anterior anfitrión, para cuando logré que lo arrancara, ya empezaban a oírse las sirenas. No podían ser ambulancias, naturalmente. Así que cogí y me largué. Con disimulo. No sé cómo, pero no me pararon. Era la policía y yo no quería comprobar cuánto tardarían en cogerme. Bueno, en coger a este mamón.

Lo cierto es que cuando tienes en tu poder al Primer Ministro, se te abren muchas puertas y se hacen posible miles de opciones. El problema es elegir. Lo malo es que, cuando es otro el que tiene a dicho Primer Ministro inconsciente en el coche, estás muy seguro de lo que harías, pero cuando eres tú, bueno, cuando eres tú es un poco más complicado. A menos que tengas un plan estricto y perfectamente calculado. A menos que ya hayas tratado de prevenirlo todo. A menos que estés dispuesto a llevar a cabo dicho plan con rigor, te puedes dejar llevar por las tentaciones. Sucumbir a los deseos más inmediatos. Pero ese no era mi caso. Las cosas estaban bien claras.

1 comentario:

Zoby dijo...

... Sin palabras.
Excepcional.